Corría el año 2012, estaba embarazada de mi tercer hijo, y como me manejo sola —sin niñera—, se me ocurrió que tenía que buscar la forma de poder tenerlo siempre conmigo. Cuando se es mamá de dos y se espera el tercero, una busca practicidad. La idea de andar con el babysit a cuestas o carritos gigantes que hay que armar y desarmar, de solo pensar, ya me estresaba. Yo quería tener libertad de movimiento para poder encargarme de los otros dos, y si era posible, con la menor cantidad de cosas encima. Todo eso de bolsos con miles de remudas por si llueve, si hace frío, si hace calor, si sale el sol o si refresca que se usa con el primero ya con el tercero ni pensarlo, una toallita, un pañal, y se acabó.
Así fue que pensé en un portabebés. Claro, como mis hijos mayores eran grandes los únicos que yo conocía eran las típicas «colgonas» o mochilitas de marcas reconocidas comúnmente llamadas aquí «cangurito». Sin embargo, se me ocurrió informarme un poco sobre el tema, ya que habían pasado siete años desde la última vez que había tenido un bebé en brazos. Así me enteré del porteo, sus beneficios, los diferentes tipos de portabebebés, lo que había que hacer y lo que no… Y lo primero que dije cuando vi un fular fue: ¡Esto es lo que quiero!

Desde ese momento me puse a la búsqueda de cómo conseguir uno. No había en Paraguay por ningún lado, busqué tutoriales de cómo fabricarlo y me hice uno rústico con camisetas. Sin embargo, no me animaba a probar a hacer un fular porque había leído que la tela debía tener ciertas características, y los nombres de telas que encontraba en tutoriales de internet me parecían excesivamente calientes o no coincidían con los nombres de nuestras telas. La verdad es que siempre fui muy cuidadosa con ese tema, no soy de hacer no más las cosas y experimentar. Cuando hago algo quiero hacerlo bien. Por eso busqué una marca en Argentina —una muy conocida— y me traje uno.
El fular me llegó sin instrucciones, y aquí no había en ese entonces asesora de porteo. Sin embargo, con mucho entusiasmo me puse a ver los videos para probar nudos. Mi hijo nació en julio, así que aunque mi fular era bastante pesado, no lo sentí. Sin embargo, llegado el verano, ya me empezó a dar calor. Fue allí que algunas amigas me empezaron a pedir para que les hiciera uno y fue en ese momento que empezó mi travesía en busca de telas.
Al principio no elegí las mejores, fui probando una tras otra, con mis amigas, con mis primeras clientas, con mi propio hijo, siempre teniendo en cuenta las características —que según leía y me informaba—, tenía que tener la tela. Mi fular era muy elástico y pensé que eso era correcto y más cómodo que los rígidos —pensamiento que veo que tiene la mayoría al iniciarse en el porteo—, hoy si tuviera que volver a portear, lo haría definitivamente con uno tejido.
Mi prioridad era buscar telas que sean las adecuadas y tratar de que sean lo más frescas posibles. Hay fulares hermosísimos en otros países, pero lastimosamente no se adaptan a nuestra realidad climática, que es el mismísimo infierno.
Entonces y luego de varias pruebas, encontré los materiales adecuados. Ya para ese entonces decidí incursionar en otros modelos, hice lo mismo, estudié los distintos diseños, probé uno y otro, investigué cuáles eran más seguros y mejores para la salud del bebé, las medidas, las escalas. Comparé marcas, escuché a aquellos que saben del tema a nivel mundial.

Saqué primero el mei tai y lo fui probando, hasta que me animé con la mochila ergonómica. Para por último, después de muchísimo tiempo, sacar al fin las bandoleras con anillas. No la hice hasta que no conseguí la forma de ponerle las anillas adecuadas. Siempre pensé que un bebé es demasiado delicado y que debemos en realidad buscar lo mejor para él.
En el 2016, comprendí al fin la importancia de profesionalizarme. No es que antes no lo haya comprendido, es que los cursos eran tan caros, sobre todo para nuestra realidad económica, que me parecía irreal pagar una suma de esas por un curso para algo que aquí en nuestro país no se valoraba. Sin embargo, en aquel momento, tuve la certeza de que no lo hacía por recuperar esa inversión, sino por seguir mejorando y dar lo mejor de mí a los clientes que confiaban en Kunu´u Portabebés.
En el 2016 viajé a Santiago de Chile para poder obtener la certificación de Asesora de Porteo de la escuela Mimos y Teta de Nohemí Hervada, y desde ese año, no he parado de interiorizarme en más cursos, eventos, talleres, simposios de porteo a nivel internacional.
Todavía estamos en pañales en relación a otros países en lo que respecta al porteo. La cultura paraguaya es complicada, y muchas veces es muy difícil abordar ciertos temas que rompen con aquellos mitos que hemos escuchado desde siempre. Sin embargo, cuando comencé con Kunu´u, lo único que quería era que llegara el día en que me cruzara por la calle con una de mis clientas, ese día sería para mí como un hito, porque significaría que ya se veía a gente porteando en la calle. Y lo recuerdo muy bien, una tarde en Casa Paraná, vi una clienta con un fular de Kunu´u, y mi corazón explotó de alegría.
Hoy ya es más común encontrarnos con personas informadas que saben de los beneficios del porteo y que se encargan de compartir esa información con las demás familias. Y es más común que encuentre a una mamá o a un papá Kunu´u por la calle… y eso, me encanta 🙂
